domingo, 15 de agosto de 2010

Gestos en Macondo

No hay soledad ni aislamiento que cien años duren. Salvo en la genialidad creativa de Gabriel García Márquez y su Macondo, la localidad ficticia del Caribe colombiano en la que se desarrolla Cien años de soledad, la novela que le mereció el Nobel del Literatura y obra cumbre de todo un género seguido por numerosos autores latinoamericanos, el realismo mágico.
Macondo no pero sí existe Santa Marta, ciudad de ese Caribe colombiano en la que Simón Bolívar falleció en 1830. Porque no fue casual la elección de esta ciudad como escenario del primer encuentro entre el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, y su homólogo colombiano, Juan Manuel Santos, celebrado el pasado martes. Nada fue casual. No lo fue el momento escogido, sólo días después de que Santos tomara posesión de su cargo. Ni siquiera la indumentaria con la que Hugo Chávez tomó tierra en Colombia.
El mandatario venezolano ha demostrado sobradas veces que no le gusta pasar desapercibido y esta vez llegó con una chaqueta de chándal con las estrellas y los colores amarillo, azul y rojo de la bandera de Venezuela, los mismos colores, al fin y al cabo, que los de la bandera de Colombia. Simbolismo y gestos que inauguran un nuevo periodo presidencial en Colombia, el de un Juan Manuel Santos que ha hecho que en sus primeros días de mandato se destensaran las relaciones con Venezuela y Ecuador, país este último bombardeado por la Aviación colombiana hace dos años, ataque en el que fallecieron nueve miembros de las Farc, la principal guerrilla colombiana.

No bastarán pero los gestos son fundamentales en política y, éstos disipan, al menos de momento, los temores a una guerra que, por otro lado, y tal y como recordaba Fidel Castro a lo largo de esta semana en la que ha cumplido 84 años con mejor salud de la que se presumía, nadie desea. Como gesto se puede interpretar también que Israel haya decidido colaborar con la comisión de la ONU que investigará el bombardeo de la flotilla que denunciaba el bloqueo sobre Gaza y a la que asaltó en aguas internacionales causando diez muertos. Cuesta más interpretar, o probablemente no, qué simbolismo se ha buscado con que al frente de esa comisión esté Álvaro Uribe, precisamente el hombre que acaba de dejar la presidencia de Colombia y que hace dos años ordenó que la aviación colombiana bombardeara suelo ecuatoriano exponiendo a Latinoamérica y al mundo a riesgos difíciles de calcular.

No hay soledad que cien años dure pero sí organizaciones internacionales que los cumplan sin servir para aquello para lo que nacieron. Cachemira ha vuelto esta semana a los informativos. Pero esta vez no por la disputa de India y Pakistán sobre este territorio, sino porque sus habitantes, con pasaporte indio o pakistaní, lo han perdido todo sin que se haya celebrado una sola cumbre para atender la emergencia.
No hay magia que cure la cruda realidad del mundo pero sí gestos que la mejoran. Como la de esos montañeros vascos que se vieron atrapados por las inundaciones en Cachemira y, en lugar de regresar o viajar a otro lugar para seguir con sus vacaciones, decidieron quedarse a ayudar. Ahora sólo falta que multinacionales como Kellog’s o Nestlé les emulen, porque tras los incendios que han asolado Rusia se temen ya nuevas hambrunas por la carestía del cereal. Pero me temo que pensar eso sí es poco realista. O puro realismo mágico.

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