Chile saca la cabeza. La lucha por la supervivencia de 33 mineros sepultados a 700 metros de profundidad, se ha convertido en un Gran Hermano mundial. La prueba definitiva de la trascendencia de un país en el ámbito mundial, la certificación absoluta de que ha abandonado el club de los países en desarrollo, se da cuando consigue ser noticia por hechos no trágicos.
No es difícil poner ejemplos. El descarrilamiento de un tren en Australia que no deje fallecidos pero destaque por su espectacularidad, ocupa un espacio importante en los informativos. O unas inundaciones en el sur de Estados Unidos que provoquen la muerte de pocas personas. En contraste, por poner otro ejemplo, si el descarrilamiento se produce en India y provoca una veintena de muertos puede ser tratado en los informativos de televisión en su espacio de breves internacionales. Al igual que las noticias sobre fuertes lluvias que provoquen un centenar de muertos en Filipinas.
¿Se imaginan cuántas personas morirán hoy, aun domingo, en las minas de todo el Planeta? Nadie hablará de ellas, como apenas se ha hablado de las 72 personas que han visto truncado su sueño de llegar a Estados Unidos, aun ilegalmente y con todos los riesgos que ya de por sí su aventura entrañaba. Las narco-mafias que prácticamente gobiernan México las asesinaron. Nadie les ha puesto rostro, nadie ha contado su historia, al contrario de lo que ha ocurrido con estos 33 mineros chilenos, cuya gesta, cuya lucha por sobrevivir ha centrado las preocupaciones del mundo e, incluso de la Nasa, al tiempo que la ONU sólo consigue recaudar aproximadamente la mitad de lo que pidió a las naciones y organizaciones del Mundo para atender lo más urgente en Pakistán.
Ha sido ésta una buena semana para Sebastián Piñera recién cumplidos sus primeros cien días como presidente de Chile. La gesta de sus 33 compatriotas ha sido comparada a la de su país, que tres meses después de sufrir uno de los más violentos terremotos registrados en la Tierra, ha logrado un espectacular avance de su crecimiento económico. En concreto, de su Producto Interior Bruto, esa suma que, dividida entre todos sus habitantes, indica la renta per cápita. Desde luego, la de la mayoría de los chilenos está muy lejos de la de Piñera, quien esta semana vendía su canal televisivo Chilevisión, por cerca de 130 millones de euros. Ni siquiera el hecho de que su Gobierno, el obvio responsable de supervisar que la mina cumplía las condiciones de seguridad, haya sido denunciado ante los tribunales por las familias de los 33 mineros, le quita la sonrisa.
El mundo ha centrado su atención en Chile. Su gesta es la de su país. Y la de su Gobierno. A pesar de que si hubiera hecho lo que debía la empresa para la que trabajaban hubiera contado con una salida de emergencia que probablemente les hubiera evitado el riesgo que todavía corren. A pesar de las reiteradas advertencias de los sindicatos sobre las condiciones de trabajo que se dan en sus minas. A pesar de que éstas son atractivas para sus trabajadores gracias a un sueldo de 1.000 euros que supera en un 25% el salario medio de Chile. Chile se sacude el polvo. El país asoma la cabeza entre las naciones que nada pintan en el desorden interncional. Aunque sólo sea para dar espectáculo.
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