domingo, 5 de diciembre de 2010

'Wikileaks' acelera la rueda

Julian Paul Assange. Australiano. 39 años. Estudios de físico y matemático. ¿Profesión? No es fácil definir el perfil de este hombre que ha hecho tambalear la diplomacia mundial. Probablemente se exagere cuando se llega a decir que ha habrá un antes y un después de las revelaciones que ha hecho su página web, Wikileaks. Nadie irá a la cárcel por las violaciones a los derechos humanos que ha denunciado a manos de los invasores de Irak ni Estados Unidos teme que el resto de las naciones del mundo se rebelen por su autoatribuido papel de administrador global, puesto de relieve por las informaciones internas de la diplomacia norteamericana que Wikileaks ha facilitado para su publicación a cinco diarios de Estados Unidos (The New York Times), Gran Bretaña (The Guardian), Francia (Le Monde), Alemania (Der Spiegel) y España (El País).

       Se han magnificado las consecuencias de la publicación de estos documentos. Como si el mundo no estuviera ya curado de espanto. Los ciudadanos hemos visto de todo, presenciamos la injusticia en directo desde la comodidad de nuestra butaca. ¿Rebelarnos? También era ingenuo pensar que lo harán las naciones del mundo a las que Estados Unidos ha estado (y seguro que está) vigilando. Como si lo descubrieran ahora. El problema no es Estados Unidos, antes lo fueron los egipcios, o los romanos, los griegos, los ingleses, los españoles o los holandeses. Siempre hay alguien que se cree con derecho a dominar al otro. Lo que ocurre es que ahora, en el siglo XXI, tan evolucionadas la tecnología y el saber científico, otras ramas del conocimiento como las relaciones internacionales han evolucionado menos. Mucho menos.

       Wikileaks no ha inventado la rueda pero sí ha creado una nueva forma de hacer que ésta acelere, incluso de evitar que los obstáculos que otros le ponen detengan su camino. Wikileaks hace a los seres humanos un poco más libres. Saber ciertas cosas que los más poderosos ocultan ya no depende sólo de que alguien las filtre, de que alguien las cuente, antes dependía también de que los medios de comunicación estuvieran dispuestos a publicarlas. Y demasiadas veces ha ocurrido que ninguno, pese a sus diferencias y la feroz competencia que se traen entre sí, quisiera hacerlo.

       Esta vez cinco periódicos se han puesto de acuerdo con Wikileaks para publicar sus revelaciones. Pero Wikileaks ya no los necesita. El pasado 23 de octubre publicó directamente en su página web documentos relativos a la guerra de Irak sin necesidad de intermediarios. Algunas voces se apresuran a anunciar que fenómenos como Wikileaks acercan el fin de los medios de comunicación profesionales. Al contrario, los refuerzan y mejoran: los medios se ven obligados a cumplir con su obligación de informar y a aplicar un principio del que tantas veces han prescindido: la información pertenece a los ciudadanos, no a ellos. Demasiadas veces ésta ha sido utilizada como un privilegio o moneda de intercambio y no como un servicio.

       ¿Y quién controla a Wikileaks? ¿Cuál ha sido el acuerdo al que ha llegado con los medios que han publicado sus documentos, cuánto le han pagado? La transparencia que tan legítimamente reclaman Wikileaks y los cinco periódicos ya citados deberían aplicársela a ellos mismos. Si no, cabe el riesgo de que caigan de nuevo en la arrogancia de la que tantas veces se ha acusado a la prensa.

       ¿Cuál es la verdadera motivación de Julian Paul Assange? Sólo él la sabe. La Justicia sueca ha dictado una orden de busca y captura. Está acusado de un delito tan grave como una violación. Assange no está seguro en ningún lugar del mundo, la orden de busca y captura es internacional. Se encuentra escondido, asegura además haber recibido amenazas de muerte. Denuncia una conspiración y en ese contexto sitúa la acusación de violación, que él niega. La acusación coincide en el tiempo con las principales revelaciones de Wikileaks. ¿Casualidad?

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