Llegó el tan temido 31 de agosto para los europeos. En Estados Unidos las vacaciones están lejos de durar un mes pero al menos 6.000 de sus habitantes emprendieron, ese día, como miles de europeos, el viaje de regreso a casa. Han estado a miles de kilómetros de su hogar, en tierra hostil, como se ha llamado la versión castellana de The Hurt Locker, la oscarizada película de Kathrin Bigelow. En Irak, un país en el que Estados Unidos da por concluida una guerra en la que, esta vez sí, y rompiendo el tópico, alguien gana. Porque gracias a la invasión de Irak sale reforzada la amplia amalgama de movimientos, grupos e ideas que, a pesar de las enormes diferencias que guardan entre sí, se caracterizan por su odio a Occidente.
Estados Unidos invadió en 2003 un país gobernado por un tirano genocida llamado Sadam Hussein. Y dejará un país (si alguna vez lo abandona, puesto que mantendrá 50.000 efectivos para “apoyar’ a las autoridades locales”) sacudido por la violencia y el desgobierno. Estados Unidos controla ya el petróleo iraquí a través del frágil Ejecutivo al que ha encargado el gobierno del país, nacido, sí, de unas elecciones, pero tuteladas, dirigidas e impulsadas por el invasor. ¿Qué legitimidad puede tener ese Gobierno, con qué ojos podrán mirarlo los propios iraquíes?
Con la retirada de las tropas de Irak, Barack Obama cumple una promesa electoral que suaviza la hostilidad hacia Estados Unidos. Va a centrar sus esfuerzos en Afganistán, otro país igualmente invadido, aunque eso sí, éste al menos con el beneplácito de la ONU y la frágil comunidad internacional. Otra vez, no hay que olvidarlo, un país mayoritariamente musulmán, por encima de las muchas diferencias y matices que existen en la religiosidad de sus pueblos y la interpretación sobre el Islam que hacen sus dirigentes.
Estados Unidos, incluso a pesar de Obama, sigue alimentando la mecha del odio entre los seguidores de Alá,entre los que la manipulación fundamentalista gana adeptos a pesar de la lucha de crecientes sectores musulmanes por separar la religión del estado y la política. Irak e Irán vivieron una guerra entre 1980 y 1988. Sadam Hussein, de la rama suní, aplastó a los chiíes de Irak, mayoritarios en buena parte de su país y en Irán, donde los chiítas ostentan el férreo régimen gobernado por Mahmud Almadineyad, el enemigo número 1 de Estados Unidos. La invasión no ha unido las fuerzas de chiíes y suníes pero sí les ha sumido en el mismo sentimiento de odio a Occidente.
Stephen Hawking, uno de los científicos más reconocidos del Planeta, ha sorprendido esta semana con su tajante afirmación sobre la innecesaria existencia de Dios para explicar la vida y el mundo. Pero pretextos con forma divina siguen justificando todo tipo de opresión, violencia, e incluso guerra. El pasado jueves, sólo un día después de que las ‘tropas de combate’ norteamericanas abandonaran Irak, el presidente Barack Obama recibía en la Casa Blanca al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y al de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas.
Netanyahu reconoció que la paz obligará a ambas partes a hacer “dolorosas concesiones”. ¿Lo ha descubierto ahora? En absoluto, Israel sabe que algún día llegará en el que sí tenga que ceder algo. Pero mientras tanto sus injusticias ganan terreno en forma de colonización de tierras que no le pertenecen. Así, el día que definitivamente negocie con los palestinos bastará con que Israel devuelva algo de lo que ha seguido ganando por la fuerza a cambio de que éstos y el conjunto del mundo islámico reconozca su legítimo derecho a existir y a que sus ciudadanos, judíos, musulmanes, cristianos o ateos, vivan en paz. La política de hechos consumados se impone. Como en el Sáhara Occidental. El lunes el gobierno español sorprendía recordando que los 14 canarios que han denunciado haber sido golpeados por la Policía marroquí en El Aiún, la capital de la ex colonia española, participaron en una manifestación ilegal. En efecto, si como legalidad se acepta la marroquí. Resignación divina.
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