Ni igualdad, ni libertad, ni fraternidad. Al presidente francés, Nicolás Sarkozy, se le acusa de poner en jaque la débil unión política europea, pero ha logrado hacer lo que ningún estadista europeo hasta ahora: mejorar la percepción que los 500 millones de ciudadanos de la Unión tienen con respecto al Parlamento Europeo:
En efecto, la Eurocámara sorprendía el pasado jueves con una clara censura a la expulsión de ciudadanos rumanos, en su inmensa mayoría gitanos, de Francia. El Parlamento Europeo se reivindicó con esta censura, hizo valer su condición de cámara representativa, aunque al mismo tiempo quienes cuestionan su utilidad refuerzan su escepticismo en el hecho de que la resolución no tiene consecuencias prácticas. No las tiene, no, de hecho la Unión Europea, y a pesar también de la censura del presidente de su Comisión, Jose Manuel Durao Barrosso, ve impasible cómo Francia, más allá de provocar la lógica vergüenza del mundo, se carga la libertad de movimientos y residencia, uno de los principales pilares sobre los que se sustenta la Unión.
Ni libertad, ni igualdad ni fraternidad. Sarkozy se carga de un plumazo lo que, al menos sobre el papel, quedaba de los principios en los que se basó la revolución de 1789. Los positivos, porque el centralismo asimilador jacobino sigue inquebrantable. También el jueves, Serbia, otro país europeo no perteneciente a la Unión pero que negocia su entrada en ella, ha vuelto a demostrar que los procesos de segregación de países europeos son compatibles con su aspiración a entrar en esta organización o cualquier otra en la que los Estados ceden parte de su soberanía. Serbia abría el jueves las puertas al reconocimiento de la independencia de Kosovo mediante una declaración conjunta de su Gobierno y la Unión Europea. A ésta sí pertenece en cambio el Reino Unido, estado monárquico en el que uno de los territorios que lo conforman, Escocia, ha aparcado, de momento, el debate de su Parlamento en torno a su independencia. No lo ha hecho por amenaza legal o de otra índole surgida desde Londres, sino porque los partidarios de la independencia, gobernantes en el país, no logran la mayoría suficiente para plantear su prometido debate.
Kosovo comparte con Bosnia-Herzegovina, Albania y Turquía la condición de país de Europa con mayoría de población musulmana. Aunque quienes como Berlusconi y Aznar fracasaron a la hora de asociar a Europa y el cristianismo en la fallida Constitución para el viejo continente, la realidad demuestra que ninguna de las grandes religiones monoteístas se libran de la intransigencia.
Estados Unidos celebraba ayer el 9º aniversario de los atentados del 11 de septiembre, en los que fueron asesinadas 3.000 personas bajo la perversa utilización del nombre de Alá. Y un pastor cristiano evangélico, alimentado por los medios de comunicación, ha estado a punto de colapsar el mundo por su amenaza de despertar a otros fanáticos capaces de vengar con muerte la quema de un libro, por sagrado que sea, llamado Corán. Fanáticos de una y otra religión se enfrentan ahora por si debe construirse o no una mezquita en el corazón de los atentados del 11-S.
Mientras tanto, en otro país de América, el 11 de septiembre era recordado también, aunque con menos eco, pero con el mismo dolor y la misma pregunta: ¿por qué? La Chile oficial, la Chile del milagro macroeconómico, la que ahora ofrece espectáculo diario con la suerte de los 42 mineros sumergidos a 700 metros bajo tierra, quiere dar carpetazo a la historia. Pero, aunque Pinochet ha muerto, sigue vigente parte de su legado. Incluso, en forma de leyes. ¿Sabía usted que en Chile no existe grupo organizado armado alguno que luche contra el Estado atentando contra la vida de otras personas? Pero 32 personas pertenecientes al pueblo mapuche, originario de aquéllas tierras, han superado ya los 60 días en huelga de hambre. Sus acciones reivindicativas atentan contra las propiedades y no contra las personas, pero a los mapuches se les aplica una ley antiterrorista promulgada en 1989 por Pinochet que les sitúa ante un tribunal militar. Los acusados no pueden ver a los testigos que hablan en su contra; del mismo modo que los chilenos parecen no querer mirar el legado que aún perdura de un pasado todavía reciente.
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