http://www.deia.com/2010/11/21/opinion/tribuna-abierta/sahara-el-desierto-diplomatico
Marruecos vuelve a ganar terreno en el desierto. Ya no necesita que sus tropas de infantería avancen entre la arena. Si la ausencia o escasez de vida caracteriza al desierto geográfico, el de la diplomacia se percibe en el silencio. Y es en él donde Marruecos se hace todavía más fuerte 35 años después de que sus tropas ocuparan el Sáhara.
Marruecos vuelve a ganar terreno en el desierto. Ya no necesita que sus tropas de infantería avancen entre la arena. Si la ausencia o escasez de vida caracteriza al desierto geográfico, el de la diplomacia se percibe en el silencio. Y es en él donde Marruecos se hace todavía más fuerte 35 años después de que sus tropas ocuparan el Sáhara.
La escalada represiva que ha puesto en marcha en El Aaiún, la capital de la antigua colonia española, apenas ha logrado una declaración de la ONU por la que su Consejo de Seguridad "deplora la violencia en El Aaiún y en el campamento de Gdeim Izik". El pasado miércoles, a las pocas horas de esa declaración, el embajador marroquí ante el organismo internacional se felicitaba por el "alto grado de responsabilidad" que, en su opinión, mostraron los países representados en el Consejo de Seguridad, dos de cuyos miembros permanentes, Estados Unidos y Francia, ambos con derecho a veto por tanto, se negaron a condenar la actuación marroquí.
Las versiones sobre los sucesos de El Aaiún siguen siendo contradictorias. La española Isabel Terraza y el mexicano Antonio Velázquez, dos de las últimas personas que han logrado salir del Sahara ocupado, no dudaban en calificar lo que está ocurriendo como genocidio. Marruecos, por su parte, mantiene que permitió que miles de personas acamparan en El Aaiún en demanda de mejores condiciones de vida hasta que comprobó que estaban dominadas por "grupos violentos". Dice que sus tropas actuaron para liberar de su yugo a ciudadanos inocentes, entre los que se encontraban niños.
Marruecos ha acompañado su versión de vídeos en los que se ve a personas degollando a policías. No pueden ser contrastados. Su ministro de Interior, Taib Cherkaoui, recibido en Madrid en plena crisis, ha identificado a los autores de las protestas como terroristas, insinuando su posible participación en Al Quaeda. Marruecos pide que se escuche su versión. No le falta razón pero su actitud es hipócrita: se ha encargado de eliminar testigos de lo que está ocurriendo mediante la expulsión de los medios de prensa internacionales. ¿Qué es lo que teme?
Marruecos tiene cada vez menos miedo. El desierto diplomático es su terreno. Y en ese desierto ha encontrado un aliado: el gobierno español, un agente importante para la solución definitiva al problema saharaui por su condición de antiguo colonizador. El Sahara se ha convertido también en el desierto de José Luis Rodríguez Zapatero. Su recién nombrado vicepresidente, Alfredo Pérez Rubalcaba, recibió el miércoles a Cherkaoui en su despacho en calidad de ministro del Interior. Tras la reunión, se limitó a trasladarle la "preocupación del Gobierno español" por lo que está ocurriendo en el Sahara y dio por bueno que "Marruecos investigue, si es que hay algo que investigar", sobre su propia actuación.
Otra victoria, pues, de Marruecos, quizá la más clara desde su ocupación de parte del Sáhara desde 1975. El ruido que han provocado los últimos sucesos han roto la aparente calma y normalidad con las que reino alauí presenta su administración sobre el Sáhara. Ya lo hizo Aminatou Haidar. El pasado lunes se cumplió un año del inicio de su huelga de hambre, que se prolongó por 32 días. A Marruecos no le interesa que esa forzada normalidad se quiebre, la comunidad internacional podría reaccionar. Ha podido tener alguna duda, pero para los saharauis el desierto diplomático es hoy todavía más árido e inhóspito que el de arena. La ausencia de reacción de la ONU, Francia, la potencia europea con mayor influencia en África y España, el antiguo colonizador del Sahara, eleva aún más las enormes dunas que impiden vislumbrar una solución justa para los saharauis. No es ya sólo que no cuestionen la actuación marroquí, calificada de genocidio por organizaciones humanitarias, sino que dan carta legal a la administración marroquí sobre una tierra ocupada. Tierra árida sí, pero en la que no faltan yacimientos de fosfato y pesca, así como planes de explotación de petróleo y gas.
La primera resolución de la ONU sobre el Sahara es de 1965. Entonces proclamó el derecho de autodeterminación de los saharauis e instaba a España a agilizar su descolonización. Se hablaba ya de la celebración de un referéndum para que sus habitantes decidieran su futuro. Cuarenta y cinco años más tarde EE.UU. y Francia no mencionan ya la posibilidad de un Sahara independiente, dando por buena la pretensión de Marruecos de que se reconozca legalmente su soberanía. Ya la ejerce de facto al oeste del territorio saharaui, la zona más rica, dividida del Este, controlado por el Frente Polisario, por un muro 2.700 kilómetros, sólo superado por la Gran Muralla China. Lo construyó Marruecos entre 1980 y 1987. Está rodeado de alambradas y campos de minas. Marruecos mantiene puestos defensivos cada cuatro o cinco kilómetros. Algunas fuentes hablan de que lo vigilan 12.500 soldados. Y de que su mantenimiento le cuesta a Marruecos dos millones de euros diarios. Eso en un país situado en el puesto 130 en el índice de desarrollo humano, un indicador referente para vislumbrar las condiciones de vida de su población.
Al otro lado del muro se sitúan las tropas del Frente Polisario, que aceptó el Plan de Paz propuesto por la ONU en 1991. Esta semana, su delegada en Euskadi, Fátima Mohamed Salem, advertía de que muchos saharauis están pidiendo a su organización la vuelta a las armas. No es la única voz que se ha expresado en ese sentido.
Mientras tanto, en El Aaiún sigue el temor. El abogado donostiarra Enrique Lertxundi estuvo allí en el mes de julio. Llegó de Casablanca para acompañar en su regreso a casa a saharauis que habían visitado a los suyos en su exilio argelino. Los observadores son, en realidad, escudos humanos, un arma defensiva para evitar represalias de la policía marroquí. Lertxundi se comunica casi a diario con algunos de los saharauis de El Aaiún. "No se atreven a salir de casa. Tienen miedo y alguno está escondido", cuenta. De El Aaiún recuerda la permanente vigilancia de la Policía, que alcanzó un cariz ridículo: "Desalojaron una zona cuando estuvimos echando una siesta". Un sueño mucho más largo que aquella siesta es el que afecta a la comunidad internacional, toda una pesadilla para los saharuis que ven en el diplomático el desierto más peligroso.
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