Marruecos acusa a la prensa del Estado español de mantener una actitud racista. El victimismo marroquí tiene razones de fondo, desde la península se le ha mirado siempre por encima del hombro, y sus ciudadanos ocupan el escalafón más bajo en cuanto a las simpatías que los ibéricos tienen hacia los inmigrantes, un colectivo ya de por sí maltratado. Esta semana el Observatorio Vasco de la Inmigración ofrecía cifras demoledoras: casi el 60% de las y los vascos creen que la presencia de extranjeros en las calles y plazas de la Comunidad Autónoma Vasca tiene una incidencia negativa sobre su seguridad. Y un porcenaje similar considera que los extranjeros acaparan las ayudas sociales.
En el caso de Marruecos, además, no hay que olvidar que supone la línea de separación entre África y Europa, entre la preponderancia del islam y el cristianismo y Europa asiste a una fiebre de islamofobia de la que no es ajena el Estado español. Pero Marruecos, a la hora de achacar al racismo la falta de neutralidad de la que acusa a la prensa europea al abordar la cuestión saharaui, obvia un dato: los saharauis también son mayoritariamente musulmanes y tan magrebíes como los propios marroquíes.
No le faltan razones a Marruecos para quejarse del trato que habitualmente le dan en España. Pero no a su rey, Mohamed VI, recibido siempre en palacio, sino a sus 33.000.000 de habitantes. Sobre todo, cuando emigran. España controla dos ciudadades africanas, Ceuta y Melilla, aferrándose a que ya pertenecían a ella en el siglo XVI. Por esa regla de tres parte de Marruecos debería seguir perteneciendo a la monarquía española, puesto que hasta 1956 el país africano no logró unificar el país bajo un reino independiente. Dos ciudades que no llegan a los 100.000 habitantes. Un escollo demasiado pequeño para que condicione las relaciones entre dos estados que suman más de 70 millones de personas.
Marruecos tiene argumentos para discutir si se le está negando el derecho a la integridad territorial. Pero sólo en el caso de Ceuta y Melilla. En el del Sáhara, Marruecos quiere apropiarse de un territorio cuyos habitantes no se sentían mayoritariamente marroquíes hasta que su política de colonización a base de ayudas para que sus ciudadanos se asentaran en él, ha modificado el censo. Hasta el punto de que esta cuestión, quién tendría derecho a votar en un hipótetico referéndum de autodeterminación, se ha convertido en un escollo de cara a su celebración. Marruecos ha hecho así valer su política de hechos consumados.
Los saharauis, divididos entre el exilio en Argelia, la ocupación marroquí, y la parte del inhóspito desierto que controla su gobierno del Frente Polisario, no se resignan. Aminatou Haidar logró romper el silencio mediático el año pasado con una huelga de hambre que le podía haber costado la vida. Mañana se cumplirá un año del inicio de aquella protesta, que duró 32 días.
Cientos de saharauis han vuelto a quebrar su invisibilidad acampando en las afueras de El Aaíún, la capital del antiguo Sáhara español. A algunos de ellos la protesta sí les ha costado la vida, la represión marroquí ha dejado una cifra de muertos y heridos que nadie puede cuantificar, puesto que ha impedido la presencia de prensa extranjera. La Wikilingue sitúa el origen de la palabra Sáhara en la traducción de tuareg (desierto de arena) al árabe. Pero el desierto nunca tuvo tanta vida. Por él hay quien está dispuesto a perderla.
Los saharauis, divididos entre el exilio en Argelia, la ocupación marroquí, y la parte del inhóspito desierto que controla su gobierno del Frente Polisario, no se resignan. Aminatou Haidar logró romper el silencio mediático el año pasado con una huelga de hambre que le podía haber costado la vida. Mañana se cumplirá un año del inicio de aquella protesta, que duró 32 días.
Cientos de saharauis han vuelto a quebrar su invisibilidad acampando en las afueras de El Aaíún, la capital del antiguo Sáhara español. A algunos de ellos la protesta sí les ha costado la vida, la represión marroquí ha dejado una cifra de muertos y heridos que nadie puede cuantificar, puesto que ha impedido la presencia de prensa extranjera. La Wikilingue sitúa el origen de la palabra Sáhara en la traducción de tuareg (desierto de arena) al árabe. Pero el desierto nunca tuvo tanta vida. Por él hay quien está dispuesto a perderla.
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