domingo, 10 de octubre de 2010

Un cuento chino

Podría ser un cuento de Navidad. Porque era 25 de diciembre. Pero ahí no estaba Santa Claus y para Olentzero, el carbonero que lleva regalos a los niños vascos, aquello le pillaba muy lejos. Como a Temis, la diosa de la Justicia, esa mujer con los ojos tapados que sostiene una balanza entre sus manos. Podría tratarse de un cuento de Navidad. Pero no, esta vez se trataba de un cuento chino. El cuento de que China es un país de mujeres y hombres iguales. El cuento de que su régimen es comunista. El cuento de que en sus casi 10.000.000 de kilómetros cuadrados no hay ricos ni pobres, de que sus 1.300 millones de habitantes son una especie de cooperativa donde todos los recursos están gestionados por todos ellos. Porque lo que los jueces hicieron público el pasado 25 de diciembre no era una carta a Santa Claus.

No, no era una carta, aunque tenía destinatario: Liu Xiaobo. Aún así  tampoco era un regalo. Era una sentencia. Una condena a once años de cárcel por, simplemente, expresar lo que el resto del mundo cree, que lo de China es un cuento chino, que es una gran bola, una bola china que no produce placer alguno y sí dolor, un enorme daño, sobre todo a quienes se resisten a creer que no existe alternativa, que otros sistemas hay que ensayar donde el ser humano no pueda morir por cosas que se curan con dinero y, donde a la vez, pueda expresarse y desarrollar libremente su intelecto.

En los países basados en el sistema capitalista cualquiera de sus súbditos soñaría con acostarse dueño de 1.000.000 de euros que otorga el Nobel. Los de la economía planificada china también, las propiedades de un millón y medio de sus ciudadanos superan ya esa cifra. ¿Cómo es posible? Liu Xiaobo se hace la misma pregunta, pero a él, la concesión del Nobel, lejos de enriquecerse le supone tener que estar en la cárcel, algo por lo que ya pasó antes, a lo largo de tres años, al haber sido parte en 1989 de los cientos de chinos que tomaron pacíficamente la plaza de Tianamen pidiendo reformas. La tomaron pacíficamente el 15 de abril de ese año. El 4 de junio entraron los tanques. Las cifras de muertos y heridos no se conocen oficialmente, tampoco la de detenidos.

La concesión del Nobel a Liu Xiaobo ha enfadado a las autoridades chinas, que incluso han llamado a consultas al embajador noruego. China se ha acostumbrado a que, a diferencia de Cuba, por ejemplo, el resto del mundo despliegue una alfombra roja a su paso. Es la doble moral de Occidente. Otra vez la doble moral que determina que un país puede ser democráctico aunque sus ciudadanos se mueran de hambre, que uno no lo sea porque aunque nadie se muere de hambre en él no existen libertades como la de expresión y que tenga que ser sancionado por ello, y la que permite que otro, similar al anterior, sea socio preferente. Baste recordar que el anterior Nobel de la Paz, Barack Obama, visitó China el pasado año.

¿Será que aquello de que Occidente vela por el bienestar del conjunto de la Humanidad es otro cuento chino? Todo es posible en el escenario internacional. Si es posible  que  en un país comunista haya ricos y pobres, qué no será posible. ¿Una dinastía hereditaria? Lo es, sí. Hoy, el día en que Liu Xiabo ha sabido que le ha sido concedido el Nóbel, Kim Jong-un, a sus 27 años, ha presidido por primera vez junto a su padre, Kim Jong-il, un impresionante desfile militar en la capital de Corea del Norte,  Pyongyang, para conmemorar el 65 aniversario de la fundación del Partido de los Trabajadores, que rige los designios de ese país. Su ejército es el cuarto o quinto más poderoso del mundo gracias a que destina a él el 25% de su presupuesto. Eso, mientras sus ciudadanos se mueren de hambre. Pero eso, dirán Kim Jon padre y Kim Jon hijo,  el  'príncipe heredero' de la monarquía absolutista del proletariado, es otro cuento. Otro cuento chino.

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