domingo, 31 de octubre de 2010

Un adiós a ritmo de samba

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       Ni siquiera las despedidas son tristes en Brasil. Hoy, 135 millones de brasileños elegirán al sustituto o, muy probablemente, a la sustituta de Luiz Inázio Lula da Silva al frente de la presidencia del país. Y es que aunque el 80% de los brasileños valoran su figura, no puede presentarse a la reelección tras haber agotado dos mandatos consecutivos. No será hasta enero cuando se produzca el relevo, pero las elecciones suenan a despedida, una despedida que lejos de ser triste, se celebrará a ritmo de samba. Lula se va pero queda el optimismo. Los brasileños, considerados ya de por sí los habitantes más felices de Suramérica por la revista Forbes, están dispuestos a quitar a los argentinos su tradicional primer puesto en autoestima.

       Brasil vive su momento más dulce. Pelea por representar a Latinoamérica como miembro permanente del Consejo Seguridad de la ONU. Se ha destacado como un agente a tener en cuenta en el escenario internacional, ha logrado que el G-20, con presencia de las potencias emergentes, reste protagonismo a elitista club del G-8. De hecho, si no fuera por su naturaleza excluyente, a Brasil le correspondería ocupar el sillón de Italia, a quien ha superado como octava potencia económica mundial. Mundial es también el campeonato de fútbol que acogerá el país dentro de cuatro años, una buena puesta a punto previa para celebrar después los Juegos Olímpicos de Río, en 2016, los primeros organizados por un país sudamericano.

       Puede ser frívolo hablar de esta herencia que deja Lula da Silva en uno de los países con mayor desigualdad del mundo. Es uno de los principales reproches que se le hacen desde la izquierda al Partido de los Trabajadores, e, incluso, desde dentro. Sus alianzas con el mercado han sido vistas como concesiones y en ocasiones se le acusa de estar excesivamente preocupado por atraer la inversión extranjera con sus logros más mediáticos. No en vano su antecesor en el cargo, el ex presidente Fernando Henrique Cardoso, ha llegado a decir que "Brasil no es un país pobre, sino un país injusto". Y lo sigue siendo. Lula deja un Brasil con 73 millones de pobres, una fría cifra tras la que se esconden personas y familias con verdaderos problemas para sobrevivir. Muchos sobre una población total cercana a los 180 millones de habitantes.

       No obstante, 29 millones de brasileños han abandonado esa estadística y se han incorporado a la clase media desde que Lula accediera a la presidencia de 2003. Ha puesto en marcha programas como el de la Beca Familia, en el que se encuadra el de Hambre Cero, destinado a atacar la faceta más dramática de la miseria. A diferencia de Hugo Chávez, Lula ha apostado por llevar a cabo los cambios sociales en armonía con el gran capital. Y las contradicciones de ese difícil equilibrio alcanzan a su política medioambiental, un aspecto de gran trascendencia en un país del que el resto del mundo depende para respirar.

       El 20% del oxígeno mundial procede de la Amazonia. Lula es consciente de ello y ha pedido a las grandes potencias que paguen parte de la factura de su conservación. Mientras tanto, y al tiempo que ha tomado medidas que protegen los bosques, ha dado el visto bueno a planes que generan riqueza económica a costa de la naturaleza, precisamente desde el argumento de que Brasil no puede ni debe asumir sola la factura en la que se traduce renunciar a la explotación de sus recursos naturales.

       Se le ha acusado, incluso, de privatizar la Amazonia permitiendo que parte de su extensión se sumerja bajo las aguas de enormes presas, se dedique a cultivos de soja y la cría de ganado. De hecho, su ex ministra de Medio Ambiente, Marina Silva, que abandonó el PT de Lula, dio la sorpresa en la primera vuelta al lograr casi el 20% de los votos, insuficientes para disputar la presidencia a la candidata con más posibilidades, Dilma Rousseff, quien aspira a continuar con la política lulista del PT. Más remotas aún parecen las opciones de José Serra, del liberal Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB).

       Probablemente, hoy los brasileños situarán por primera vez a una mujer al frente del país. Dejará su propia impronta pero todo apunta a que Brasil seguirá bailando al ritmo marcado por Lula da Silva. Y a que lo hará por un tiempo largo.

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